domingo, 5 de julio de 2015

Busquemos a Dora Bruder


En mi última visita a la librería, me encontré con un estante plagado de novelas del premio Nobel de Literatura del año pasado: Patrick Modiano. Calculando costos, desdeñando precios elevados de un millar de libros que todo lector desea poseer, me decidí por su novela Dora Bruder.
            A poco de empezar, y como me sucede casi siempre, el abandono del estilo de otro escritor, el compás marcado por el tipo oraciones, de palabras, influyó cuando inicié con Modiano. Como si llevara la velocidad, el ritmo de aquél, tuve que acompasarme al del francés. La resistencia fue poca.
            Sin saber cómo me invadió el deseo de conocer la historia de la joven desaparecida durante la Francia ocupada en la guerra de Hitler. De la mano con el narrador, a lado del mismo Modiano y como él, reconozco París, visito sus calles más transitadas y las más escondidas. Recorro bulevares y edificios demolidos. Persigo el rastro de Dora.
             El lapso se acorta, Modiano y yo recuperamos, tras el vacío, la memoria de los lugares, testigos de tristezas y felicidades, de nacimiento de países y muerte de naciones, de sabores amargos y dulces madalenas remojadas, recuperamos las sensaciones compartidas de la generación de jóvenes franceses de la Segunda Guerra Mundial. Entonces entiendo, esa búsqueda por conocer el paradero de Dora durante los años de 1941 y 1942 es una excusa para hablar, para tratar de dar luz a muchos de los nombres anónimos de judíos apresados y llevados, sin saber cómo, a los campos de concentración. El destino de Dora Bruder fue su traslado a Auschwitz, ya todos conocen su final.
            Como siempre me sucede con las novelas que me gustan, la lectura de las últimas palabras la espero como una válvula de escape de una catarsis preparada a lo largo de toda la lectura; un ansia extraña o la certeza de que el autor, en este caso Patrick Modiano, hará una conclusión digna para una historia digna. Dora Bruder termina justo así, con un callado suspiro que delata un deseo por recuperar lo perdido en la Historia, pero al mismo tiempo con un anhelo por escondernos en el tiempo.


jueves, 2 de julio de 2015

La vie d'Adèle


Por reiterada recomendación de una muy buena amiga, hoy vi La vida de Adèle. Y me encuentro frente a una mujer fuera de lugar todo el tiempo. Pocas son sus sonrisas y a pesar de que lo tiene todo, en sentido amoroso de la palabra, está ¿insatisfecha?, no lo sé. Existe algo en ella que no termina por llenarla por completo, busca su sexualidad a lado de Emma, pero termina siéndole infiel con un hombre, sin saber si quiera la razón.
¿Por qué me es tan cercano este personaje? Bueno, pues porque compartimos esa sensación de estar y no estar, tan reiterativo en mí últimamente. Es una sensación confusa, es como quererlo todo y al mismo tiempo no querer nada. Nos dejamos llevar por la corriente, por el mar calmo de medio día, y de pronto nos descubrimos en un lugar que no termina por llenarnos, que nos deja un leve sabor de extrañeza, de rarificación, de no sentirnos reales ni plenos por completo. ¿Acaso todos los demás fingen esa complementariedad en sus vidas? ¿O será posible que Adèle y yo seamos las únicas foráneas en este mundo plagado de amores y desamores que no terminan por realizarse?
La narración de la película sorprende. Anuncia varios clichés que nunca se cumplen, he ahí su grandeza. Pensamos que Adèle seguirá el consejo de Emma y escribirá novelas para niños, lo que la convierte en una escritora famosa. También creemos que viajará a Nueva York para encontrarse a sí misma y descubrir el mundo. Luego, al final, esperamos que mientras camina sola por la calle, escapando de la exposición de su ex novia, el tipo sexy la alcanzará y comenzarán una nueva historia juntos, pero no es así; ella da vuelta en una esquina y se pierde, sola. De pronto, inconscientemente, hallamos sensaciones viejas en cada una de estas escenas, deseos y pasiones apaciguados por la quién sabe qué contratiempo, añoranzas de finales de películas hollywoodenses y la decadencia de nosotros mismos en los ojos de esta chica.
La vida de Adèle, y esto va para todos los morbosos, no es la historia de una lesbiana; es más bien la búsqueda de la esencia de una mujer que se convierte en reflejo de ambos géneros. Una búsqueda no meditada. Ella existe cada día para ser, aunque no tenga fin absoluto ni camino trazado. Somos responsables de quienes somos, ¡qué carga tan grande!, porque nunca sabemos cuándo tenemos que preguntar o si la respuesta realmente es necesaria. La única solución viable es contestar a todo con un “no lo sé”.


miércoles, 1 de octubre de 2014

Día 8

Dejé el Facebook hace unos días, ¿qué he conseguido de esto? Menos cigarrillos y 10 cuartillas de un texto amorfo que no tengo las más remota idea para qué funciona o a qué obedece, simple y sencillamente fluye todos los días. El tema se ofrece a la imaginación y los dedos escriben. Existe una especie de estado alterado de la conciencia donde mis oídos se quedan un poco sordos, escuchan el eco de la realidad del otro lado. La mente cierra una parte y se abre otra. Aunque al mismo tiempo mantengo la atención para lo que pasa afuera, siempre le presento mayor contento a este lado de la realidad donde el sonido del reloj se acompasa con el latir de mi corazón sobre mis párpados cerrados. Nada existe acá que no sea posible, viajo en una especie de corriente donde cada murmullo se amolda a mi cuerpo y a lo que quiero decir.   
            Empiezo a creer en la mentada pulsión que los escritores sienten por escribir. En algunos momentos de mi vida había sido experimentada, pero casi siempre la anegaba y abandonaba, me sentía incapaz para decir todo esto que ahora puja por salir. Y quién sabe a dónde me lleve, no sé si mañana continúe, a lo mejor se pasa la euforia en cuanto termine mi síndrome premestrual, o tal vez consiga salir de la seudodepresión que invade mi metabolismo; ni idea, ni deseo de averiguarlo. Ahora sólo me dejo navegar y que el cursor decida.
           
En el día 8 de este texto, así son las cosas. 

sábado, 8 de marzo de 2014

Ya va siendo hora de que te dedique unas palabras, ya es tiempo de que recuerde un poco de ti y que comente sobre la distancia tan honda que tocaste dentro de mí. No sé si el destino se empeña en ponernos frente a frente, pero últimamente te veo hasta en la sopa, he querido acercarme y saludarte, hablarte y escapar a un espacio ajeno donde no exista el tiempo.
Hace unos días pasé junto a ti y toqué tu espalda, tú no te diste cuenta. Sentí la suavidad de la tela de tu camisa y recordé esa misma sensación que sentía al hablar contigo, ese infinito de ser y no ser al mismo tiempo, de estar aquí y en otro lado a la vez.
Ahora sé que nos engañamos al querer estar juntos, lo nuestro no era terreno, lo de nosotros era otra conexión, por eso la arruinamos. Nos obligamos a querernos aquí y ahora, en este mundo que todo lo transforma y desgasta, forzamos una entrega y nos perdimos en ella.
Ahora te veo y te extraño, te ocupo conmigo a mi lado, para decirnos que no somos y que no estamos para lo nuestro, que si algo existe entre tú y yo no es un amor de éstos, sino de aquéllos que se visualizan sólo cuando soplas un diente de león, sólo cuando las gotas caen y se derraman y son menos que nada y más del todo. El todo entre nuestras manos, ahora vacías.  

sábado, 16 de noviembre de 2013

Mi versión de un cronopio

El hombre actual vive en una constante incertidumbre, busca por todos lados algo que anime su espíritu y lo reviva, porque sin eso se siente muerto, sin motivo, sin razón de existencia. Algunos, que son la mayoría, hallan esa satisfacción, llenan ese vacío ontológico, en la acumulación de bienes, en la obtención y ostentación de poder. Sin embargo, quedan unos cuantos que no encuentran medio para reconocerse plenos. Ellos saben y sienten que más allá de sí mismos nada vale la pena; que otra cosa que no exista con base en la prolongación con su entorno, no merece la pena. Ellos saben, también, que la vida está en otra parte, sienten un aleteo profundo que les exige salir, pelear, buscar, observar, reconocer, ser.
            Los más perdidos son estos últimos. Porque en el mundo que los rodea, jamás sus anhelos tendrán prioridad, jamás sus ideas serán primarias; el sistema no funciona así. Es por eso que se pierden, es por eso que se idolatran a sí mismos, es por eso que mueren bajo máscaras. Es por eso, también y sobre todo, que entablan relaciones ilusorias, es por eso que crean mundo alternos de imposible realización. Es por eso que se enamoran de personas ficticias e imaginarias. Es por eso que siguen solos, viven solos, mueren solos.
            Pero hay algo que es imprescindible rescatar de este tipo de personas: su anhelo por reconstruirse, por fundirse con todos los resquicios de la realidad, de la realidad realidad, ésa que pervive en los barrios bajos de esa otra pragmática; la que sólo es vista con la lente del extrañamiento, con el ojo avizor de quien voltea una tarde y reconoce el sabor de una mirada, reconoce la infinitud de un instante, quien siente que la eternidad no está determinada por una línea temporal, sino por una expansión del ser, y esa expansión no se rige por relojes ni itinerarios; llega ciertas ocasiones de la vida y se agota entre más se es fama y no cronopio.



viernes, 15 de febrero de 2013

Termino de leer



Termino de leer El último tango de Salvador Allende y me queda un sabor curioso en la boca. Chile últimamente se me ha presentado como un país atractivo, a pesar de que nada sabía, ni sé él. No, la película de Pablo Larraín que cuenta sobre la campaña publicitaria que ayudó a terminar con la dictadura de Pinochet, paralizó mis pensamientos y puso a mil por hora los cuestionamientos sobre la situación de mi país. Creo captar la misma sensación en la actuación de Gael García, quien al final del film no puede evitar mostrar una melancolía, una especie de celo, un hasta cuándo sería posible eso en México, porque la película levanta el ánimo y muestra de la manera sencilla cómo convencer al pueblo de que las cosas deben ser diferentes. Algunos dirán que no fue sólo la campaña la que terminó con el dictador, sino el abandono al que lo sometieron los militares; pero dicha variación, de acuerdo con la película, se logró al cambiar la perspectiva de los chilenos por medio de los comerciales de la oposición.
            Pues bien, el Chile de No es también el Chile de Roberto Ampuero, el de El último tango de Salvador Allende, novela histórica que aborda la caída del doctor Salvador Allende, un burgués interesado por el pueblo a tal grado de ser presidente e impulsar el socialismo en Chile por la vía democrática, ese hombre es también un pésimo bailarín de tango, pero no por eso menos interesado en él, y un idealista de los que ya quedan pocos. La novela es narrada por un ex agente secreto estadounidense que impulsó el derrocamiento de Allende en los años setenta y que ahora vuelve a buscar el pasado de su hija muerta que estuvo enamorada de un socialista, ironías de la vida. Además de los personajes centrales también se aparecen un Fidel Castro cobarde y un Pinochet, algo que ya se sabe, traidor; a los dos los delatan sus manos tersas y delicadas.
            Al leer la última página de este libro me sentí de nuevo enrarecida, algo que tomo como parámetro para las que considero buenas novelas. Rara, entonces, porque quería saber más del doctor y de su amigo el panadero, rara también porque imaginaba al ex agente entregando las cenizas de su hija y más rara todavía porque ahora quiero saber si el deseo por un mejor país se proyecta como el horizonte, siempre inalcanzable, y si los hombres que aún persiguen ese anhelo terminan perdiendo la voz o dejando sus manos al cuidado de un buen manicurista. 

jueves, 24 de enero de 2013

Siempre me han gustado las pequeñas manchas blancas que aparecen en mis uñas. A pesar de que resultan ser consecuencia de una mala alimentación y de ciertos golpecitos sobre mi cutícula, me gusta imaginarlas como nubes en el inmenso cielo.
Hacía mucho que no tenía una de éstas. Apareció hace unos meses, revistiendo y embelleciendo a mi dedo favorito, el anular. Conforme el tiempo ha pasado, la pequeña nubecita avanza hacia el final y próximamente desaparecerá con el corte de mi uña.
Será triste perderla de vista, porque su presencia me traslada a muchos lugares: imaginarios, algunos; del pasado, otros; y también a un presente que poco a poco voy queriendo olvidar.